jueves, 19 de junio de 2025

 


Los que hoy alimentan y apoyan conflictos por interés estratégico… serán los mismos que mañana intenten silenciar el daño que han causado

Así es la barbaridad humana: siembra el caos para recoger frutos, pero que no toque a su puerta. by JSBC

Si la guerra entre Irán e Israel se recrudece, no será solo un conflicto más. Será otro terremoto geopolítico cuyas ondas sísmicas alcanzarán a millones de vidas inocentes. Hablamos de desplazamientos masivos, sistemas colapsados, hambre, enfermedad, miedo… y una nueva oleada de seres humanos cruzando desiertos, mares y fronteras para huir, no para invadir.

Y entonces, casi como si siguieran un guion repetido hasta el hastío, aparecerán los de siempre. Con sus trajes impecables, sus banderas relucientes y sus frases de sobremesa: “¿Por qué no se quedan en su país?”.
Lo dirán con una solemnidad vacía, como si ignoraran —o eligieran ignorar— que ese país ya no existe. Que fue desangrado, saqueado, intervenido y reducido al colapso… muchas veces con el beneplácito, la complicidad o el aplauso de los mismos partidos que hoy levantan la voz en nombre del orden y la seguridad.

Y como siempre, las narrativas vendrán envasadas al vacío, listas para ser digeridas sin masticar:
Desde la derecha, se escuchará que ayudar al pobre es cosa de la iglesia... pero bien lejos del jardín propio. Lo de la compasión, que quede para los sermones. Aquí, muros, leyes duras y cámaras de seguridad.
Desde la izquierda, la eterna utopía de puertas abiertas, sin filtro, sin estrategia, como si el simple hecho de tener buenas intenciones bastara para gestionar flujos migratorios complejos y conflictos históricos.

Ambos extremos se aferran a sus eslóganes como quien se agarra a un dogma: unos ven en el orden un escudo, otros en la apertura una redención. Pero entre medias, la realidad: millones de personas desplazadas que no caben en ninguna pancarta.

Los problemas migratorios no se resuelven a golpe de muro ni de eslogan. Se resolverían —o al menos se reducirían— si dejáramos de jugar a dioses con mapas ajenos. Si abandonáramos la costumbre histórica de desestabilizar países para luego fingir sorpresa cuando esos países se desmoronan.

Porque esto no es nuevo.

En Irán, 1953, el primer ministro Mosaddegh fue derrocado por atreverse a recuperar el petróleo de manos extranjeras. En su lugar, Occidente impuso una dictadura que acabaría generando décadas de conflicto, represión y migraciones forzadas.

En Chad, durante los años 80 y 90, la Guerra Fría convirtió al país en tablero de juego para potencias que nunca pisaron su tierra. El resultado: pobreza estructural, violencia sin tregua y un éxodo silencioso que aún no cesa.

Y en Centroamérica, los golpes de Estado, las dictaduras financiadas, las armas repartidas como caramelos y las economías moldeadas al gusto de Washington sembraron miseria, pandillas y muerte. ¿Y después? Millones de personas huyendo al norte, arriesgando todo para vivir algo que apenas se parece a la esperanza.

Y antes de que alguien se apresure a simplificar este mensaje: no, no se trata de justificar la inmigración desordenada. Todo sistema necesita orden. Sin él, no hay justicia, solo caos.

Las fronteras existen por una razón, y la entrada a un país debe ser organizada, regulada y humanamente gestionada. No por miedo, sino por respeto. Por estrategia. Porque permitir flujos descontrolados no solo no resuelve el problema de quienes migran, sino que alimenta la xenofobia, debilita la cohesión y perpetúa el conflicto.

No se trata de abrir las puertas sin pensar. Se trata de no incendiar las casas ajenas y luego poner alarmas en las nuestras.

Migrar no es delito. Provocar la necesidad de migrar, sí lo es. Al menos, moralmente.

Epílogo

Y, como siempre, no faltará el que señale el dedo… pero jamás la herida.
Porque hay mensajes que rebotan: no por falta de fuerza, sino porque las mentes a las que se dirigen vienen ya blindadas de serie.
Demasiado cerradas por el miedo, demasiado aferradas a quien, como un encantador de serpientes de tertulia nocturna, les susurra lo que quieren oír: que la culpa siempre es del otro.
No importa cuánta realidad les pongas delante: lo complejo les da alergia.
La duda les incomoda.
Y la verdad… la interpretan como un ataque personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El Blog de JSBAenacock

Divulgador