Nos
sentamos en el las escaleras, pues teníamos mucho de que hablar.
Pero permanecimos en silencio mirándonos el uno al otro con la
sensación de habernos extrañado. Quizás por esa razón parecían
sobrar las palabras.
No se
trataba de un flechazo a simple vista. Ni siquiera de un cúmulo de
coincidencias que se había materializado en este encuentro. Existía
un lazo invisible que nos unía, al cual la lógica, la razón, no
podía darle explicación.
Estuve
visitándola mientras su marido estaba ausente. A juzgar por las
referencias que aportó ella, entendí que su compañero era un
marchante de arte. El mismo que ofreció exponer las obras de su
propiedad en el museo de la ciudad.. .
Por
cierto “Ella” tenía nombre.. . Ana.
Reiteró
que su estancia en casa Don Mariano era insoportable. Se había
convertido prácticamente en su carcelero. Le retenía allí
encerrada , amenazando con destruir el autorretrato de Esteban si
hacía algo indebido.
Percibía
tanta angustia en sus ojos, que de alguna forma me hacía sentir con
la obligación de ayudarle. Se lo dije. Entonces me advirtió que
guardase a buen recaudo tanto los encuentros como la información que
compartió conmigo, porque sería peligroso para ella y para mi.
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