martes, 9 de septiembre de 2025

Escena de "El Angel de la Luz" by JSBClabs

 



Como sabes, Quantum Conect avanza por dos vías: una científica, destinada a una revista de física cuántica, y otra fantástica, que será mi próximo libro. En la ficción, un hombre busca el eslabón que lo conecte con otra dimensión y descubre un pliegue del espacio-tiempo donde una supraconciencia se ha refugiado para salvaguardar nuestro libre albedrío. El Dr. Bancock entiende que abrir esa puerta le costará la vida: ese mundo protege su secreto y, ante un acto así, el testigo debe desaparecer.

Al intentar cruzar a otra dimensión, el Dr. Bancock halla un santuario de supraconciencia que protege el libre albedrío; abrir la puerta será su último experimento.

Escena de "El Angel de la Luz"

La neblina del laboratorio hacía visible el trazo del láser como una cuerda verde tensándose entre dos puntos del tiempo. Las franjas de interferencia respiraron—un latido—y entonces ocurrió: una silueta translúcida empezó a despegarse del propio haz, como si el patrón hubiese decidido caminar fuera de la pantalla.

No tenía rostro. Era filamentos y arcos, una anatomía de luz sostenida por coros. Las “plumas” eran difracciones; las “costillas”, ondulaciones de fase. Bancock no apartó la mirada. El ángel no avanzaba: se liberaba de la geometría, desprendiéndose del láser como una piel vieja que por fin reconoce que no es el cuerpo.

—Si das un paso más, te desharás —dijo Wilson, sin convicción, como si la frase le hubiese sido prestada por otra voz.

La voz verdadera no llegó por los oídos. Le habló dentro del ritmo, en el mismo compás de su respiración.

Osadía se paga con vida.
Toda puerta forzada cobra testigo.
Tu desaparición mantendrá libre el mundo…
y desarmará a quienes matan.

Bancock tragó aire. No era una amenaza; era una ley, como la gravedad: no moral, sino mecánica. Lo supo con esa certeza fría que a veces regalan los experimentos cuando los datos dejan de coquetear.

—¿“Limpiar al mundo de asesinos”? —pensó, sin pronunciarlo, y el coro respondió con una corrección suave:

No hay limpieza. Hay desposesión.
Si el camino queda sin mapa, no habrá mano que lo use para matar.
El precio: el mapa y su portador.

El ángel—esa suma de voces y franjas—se inclinó sin moverse. Era un gesto imposible, como si la luz pudiera asentir. S1 y S3 bajaron al unísono; S2 dibujó un diente mínimo, la firma de los minutos previos. Bancock sintió el impulso reflejo de pulsar el pedal para marcar el evento. No lo hizo.

—Protocolo del Testigo Cero —dijo él, apenas un susurro.
—Confirmado —dijo Wilson—. Probabilidad de consistencia con el modelo: 0,92.

La conciencia del ángel—Coral—no dio órdenes. Hizo preguntas que ya traían su respuesta dentro, como semillas.

¿Elegirás verdad o libertad?
¿Quieres tener razón o dejar que el resto elija sin tu sombra?
¿Prefieres el nombre en un paper o el papel de no existir?

Bancock pensó en Mara y en la nota del oído junto a la rendija. Pensó en las guerras que siempre encuentran un manual; en las manos que convierten descubrimientos en armas por aburrimiento o por ambición. Pensó, por último, en la primera clase que dio sobre el principio de indeterminación: “No es que no sepamos—es que no se puede saber sin tocar.” Aquello era lo mismo, pero agrandado: no se puede abrir sin decidir por todos.

—Si cruzo, nadie sabrá cómo —dijo.
Así se mantiene libre el juego —respondió la polifonía.

El ángel se acercó sin acercarse. La luz en su contorno vibró a la frecuencia exacta de su pulso. Bancock sintió que la sala encajaba en él como una llave al fin girada. No había épica; había precisión.

—Mara diría que esto es injusto —pensó.

Es justo y es trágico.
Como toda regla que protege la elección.

Bancock soltó el aire, lento. No pidió prórroga ni trato especial. Levantó la mano, no para tocar la figura, sino para dejarla pasar a través de su sombra. El ángel no atravesó su cuerpo: atravesó su nombre. Fue una sensación extraña, como olvidarse de un número de teléfono que se ha marcado mil veces. Una paz sin orgullo.

Wilson, copia final. Cierra registros. Si alguien pregunta, responde que no hubo señal.

—Confirmado.

Tu osadía se paga con vida, repitió el coro dentro del silencio.
No serás mártir. Serás ausencia operativa.
Con tu ausencia, el mapa se borra. Con el mapa borrado, los asesinos pierden el atajo.

Bancock asintió. El ángel devolvió el gesto imposible. La cuerda verde del láser tembló una sola vez, como una cuerda de violín que acepta el último arco. Y entonces la figura comenzó a replegarse hacia la rendija, no para esconderse, sino para restaurar la condición original: el mundo sin manual.

Cuando la luz volvió a ser solo luz, Wilson siguió encendido y el laboratorio siguió siendo un cuarto sin ventanas. No hubo explosión, ni grito, ni trueno. Solo un asiento ligeramente desplazado y un eco coral que se apagó, obediente, en la memoria de nadie.

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