La Partición de los Mundos by JSBaenacock
Una parábola sobre la diversidad, la intolerancia y el espejismo de la pureza ideológica
En un planeta lejano, la humanidad se quebró en dos.
No por territorios, ni por lenguas, ni por razas.
Se dividió por ideas.
Progresistas y conservadores.
Los primeros soñaban con futuros nuevos cada amanecer.
Amaban el cambio, la igualdad, la justicia del porvenir.
Los segundos defendían el orden, las raíces, la seguridad de lo conocido.
Ambos pensaban tener razón.
Ambos querían un mundo sin el otro.
Comenzaron discutiendo.
Después se gritaron.
Y finalmente, como suele suceder cuando falta escucha,
comenzaron a destruirse.
Fue entonces cuando despertó la Entidad Planetaria,
una conciencia antigua, viva desde los tiempos en que la vida era apenas polvo de estrellas.
Cansada del caos, decidió intervenir.
Separó a la humanidad.
donde podrían empezar de cero, sin límites, sin tradiciones que los frenaran.
Durante un tiempo, florecieron.
Pero pronto surgieron los ultra-progresistas,
que acusaban de tibios a los moderados.
Y los retro-progresistas, que querían volver a las primeras ideas “auténticas”.
Y los eco-progresistas, que acusaban de traición ecológica a los tecnoprogre.
La diversidad que habían venerado, se volvió trinchera.
Los debates, gritos.
Los gritos, fuego.
En el planeta original, los conservadores restauraron sus costumbres.
Privados de buena parte de la mano de obra barata,
de los artistas que inspiraban,
y de los científicos que investigaban por vocación,
los conservadores se vieron obligados a reemplazar lo perdido con máquinas.
Crearon robots para sembrar, construir, servir…
y durante un tiempo, todo pareció funcionar.
Pero cuando el control se convierte en obsesión
y la pureza en doctrina,
surge la desconfianza.
La desconfianza dio paso a la vigilancia,
la vigilancia a la traición,
y la traición, al silencio.
Un silencio que ya no era paz,
sino ausencia.
Uno a uno, desaparecieron.
La Entidad observó todo desde las alturas del cosmos.
Esta vez, no intervino.
Había comprendido algo esencial:
el problema no eran las ideas.
Ni siquiera las diferencias.
El problema era la incapacidad de los humanos de convivir con lo que no les gusta.
Moraleja final:
“Solo cuando aprendamos a convivir con lo que no nos gusta,
dejaremos de repetir la misma historia con distinto final.”
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