
by JSBaenacock
Una Sucesión de Errores
Anécdotas reales con estructura de tragedia griega
📷 No cambies nunca el llavero de tus llaves antes de un viaje
#safecreative
Probablemente, en este instante, hay millones de seres en el Universo buscando sus llaves.
Pero solo unos pocos las buscamos toda la vida.
Todo comenzó de forma aparentemente inocente, como comienzan las buenas catástrofes. Mientras me subía la cremallera del pantalón, sentí cómo algo en mi bolsillo resistía la presión. Era un objeto que no debería estar allí.
Metí la mano, y mis dedos reconocieron las curvas de un llavero...
Y en ese momento me sentí como una cucaracha descubierta bajo una luz repentina.
Paralizado. Con ganas de no existir.
No podía creerlo. La noche anterior habíamos estado durante horas frente al portal de mi hermano intentando abrir con unas llaves equivocadas. ¿La causa? Una sucesión de errores tan absurdos que podrían pasar por diseño divino… o por guión de comedia negra.
Ahora lo sé: no fue un simple despiste. Fue una cadena perfectamente orquestada de decisiones fallidas.
Sí. Justo antes de salir rumbo a Madrid, se me ocurrió estrenar llavero. Grave error.
Mi hermano, al quedarse en una fiesta, me dio su juego de llaves. Yo, felizmente, lo guardé sin mirar.
Llevaba dos llaveros encima. Pero el destino —o la torpeza— me hizo confiar en el incorrecto.
El conserje, amable, me abrió la puerta de la urbanización. Primer filtro superado. Error: asumí que mis llaves funcionaban.
Intenté abrir el portal. La llave entraba… pero no giraba. ¿Problema de cerradura? ¿Problema de percepción?
El conserje nos explicó cómo girar la llave con movimientos sospechosamente gráficos. Abrimos. Pero no con mi llave.
La última puerta se negó rotundamente. Ninguna llave encajaba.
Treinta minutos después… regresó mi hermano.
Y entonces, la revelación: ese no era su llavero.
¿Pero entonces… de quién era?
Nadie lo sabía.
Cuando llegó el cerrajero —dos horas después— perforó el bombín. Entramos. Agotados. Frustrados. Silenciosos.
A la mañana siguiente, al meter la mano en otro bolsillo…
Ahí estaba. El verdadero llavero. El de mi hermano. El correcto. Siempre estuvo ahí, en el bolsillo equivocado.
¿Y el otro llavero?
Nunca lo sabremos con certeza. Solo que tenía tres llaves muy convincentes:
– Una redonda que ni miramos,
– una pentagonal que encajaba pero no giraba,
– y una cuadrada que no entraba ni con fe.
Moraleja (si es que las hay):
No es el caos lo que nos atrapa.
Es el orden aparente que creemos tener mientras caminamos alegremente hacia el desastre.
Y sí, nunca cambies el llavero antes de un viaje.