Cast del videoclip.
Toda la tarde creando imágenes.
Este videoclip viene cargado de signos, símbolos y colores que los más habilidosos pueden asociar con la realidad… si se atreven a mirar dos veces.
Y por cierto: crear imágenes “como uno las tiene en la cabeza” con IA es bastante más difícil de lo que parece. Mantener las mismas caras, el mismo estilo y la coherencia entre escenas es casi un trabajo de dirección de cine… pero con un actor que cada 5 segundos decide reinventarse.
Lo mejor (y lo más desesperante): encadenar clips de 5 segundos sin que se rompa la línea narrativa (ni te cambie un ojo, una mano o medio personaje). Esto no es darle a un botón: es ir afinando plano a plano hasta que todo encaje.
Dicho eso: lo ideal sería usar actores de verdad. La presencia humana, la interpretación y la química real no las va a reemplazar ninguna IA. Pero para un creativo como yo, que paso más tiempo en la clínica que en mi mundo creativo, esto es una ayuda bestial para sacar ideas adelante cuando no hay tiempo para un rodaje.
Interpretación (por si te gusta leer símbolos):
La escena es una alegoría distópica sobre amor vs control, con un subtexto de colapso (social, ambiental o existencial). Está construida para que lo “bonito” tenga siempre un precio, y lo “épico” huela a advertencia.
El beso en silueta no es postal: es contraluz, casi clandestino. En una distopía, besar no es romanticismo: es insubordinación emocional.
La megaciudad al fondo es fría y enorme: el sistema como paisaje. Progreso, sí… pero suena a jaula elegante.
Los drones con focos rematan el clima: no te atacan, te observan. La vigilancia no te golpea: te educa.
La multitud abajo sugiere masa, cansancio, despersonalización: ya no son personas, son “población”.
El agua embravecida es desborde: todo fuera de control. No están en una colina: están en una cresta inestable.
La pirámide con el ojo en primer plano lo deja claro: jerarquía + “te veo”. El control no es un símbolo: está activo.
Epílogo (los colores no son inocentes):
El verde fosforito aquí no es esperanza: es neón de laboratorio, luz de escáner, ambiente tóxico. Un verde que no calma: vigila.
Y el naranja fosforito no es calor: es alarma, brasa, aviso de emergencia.
Cuando el mundo se tiñe así, el mensaje es simple: lo que brilla demasiado viene a cobrarte algo.
En resumen: mientras el mundo se hunde entre vigilancia, jerarquías y multitud anestesiada, dos personas se besan como quien enciende una cerilla en mitad de un temporal: pequeño, hermoso y peligrosamente frágil.
Si el viaje en el tiempo existe, no será para nosotros (sino para las sondas cuánticas)
ENGLISH VERSION
Now that I’m studying quantum physics, I’m starting to see how, in that microscopic universe, a different kind of time travel might actually be possible.
When people talk about time travel, almost everyone imagines the same scene: a shiny machine, a human inside and boom, you land in another century. Classic sci-fi.
A more modest —and in some sense more radical— idea is this:
maybe time travel is possible, but only for microscopic quantum systems, not for bodies like yours or mine. And not as a journey through space, but as a kind of navigation in quantum state space, leaving measurable fingerprints in our classical world.
From that perspective, the key actors are not starships, but what we could call chronocuantum probes: simple quantum systems prepared and read in a very specific way.
From vague speculation to a concrete picture
Quantum physics has been flirting for decades with:
-
superposition of histories,
-
delayed-choice experiments,
-
interpretations where what we measure today conditions how we describe what “already happened”.
Building on that background, this proposal does three things:
-
It stops treating “travel” like science fiction does.
-
It reframes the idea in terms of quantum probes that move in state space and can become correlated with different temporal stages of a system.
-
It asks whether those correlations can leave a detectable trace in a real experiment instead of staying as pure philosophy.
A possible experimental framework
One way to test this idea is to work with an optical interference setup:
-
A laser and a double slit generating an interference pattern.
-
Several light sensors (for example S1, S2, S3) recording intensity with high sensitivity.
-
A digital channel (S4) marking phases of the experiment or changes in attention.
-
Optionally, EEG recordings to track brain activity while an observer interacts with the system.
The aim is not that a photon “jumps to the year 3200”, but that its quantum state might connect, in a subtle way, different moments of the experimental process.
If such strange temporal correlations exist, they would only show up classically as tiny changes in micro-stability or micro-alteration in the sensors’ signals.
In that sense, the question is very down to earth:
“Do the statistics of these signals hide something that looks like time-linked quantum behaviour?”
The observer that doesn’t travel, but reshapes the map
In this view, the observer does not travel in time. Something else happens:
-
The mind is a macroscopic system tied to the thermodynamic arrow of time.
-
However, its interaction with the experiment can act like a background field, slightly reshaping the landscape of quantum possibilities in which the probes evolve.
Less poetically:
-
The observer stays in their own present.
-
By focusing, deciding and measuring, they change how possible particle trajectories combine in the apparatus.
-
If there is any “stitching” between different moments, it would emerge as:
-
patterns of micro-stability (things line up more than expected), or
-
micro-alteration (unexpected fluctuations),
especially in carefully monitored channels such as S2.
-
The idea is not to grant magical powers to consciousness, but to take seriously the interface between a quantum system, an experiment and a real human brain.
If there are time travellers, they’ll be microscopic
Summing up:
-
We are unlikely to see tourists from the future walking down the street in silver suits.
-
If time has shortcuts or hidden connections, they will probably live in the quantum world, carried by microscopic probes that no one sees directly.
-
Our role is not to jump into a time machine, but to design experiments sensitive enough to detect whether those connections leave a trace in the data.
If time travel exists at all, it may look less like a DeLorean…
and more like a tiny shift in a graph that only appears after a long night of analysis.
VERSIÓN EN ESPAÑOL
Cuando se habla de viaje en el tiempo, casi todo el mundo imagina la misma escena: una máquina brillante, un humano dentro y zas, apareces en otro siglo. Ciencia ficción clásica.
Una idea más discreta —y en cierto modo más radical— es esta:
quizás el viaje en el tiempo sea posible, pero solo para sistemas cuánticos microscópicos, no para cuerpos como el tuyo o el mío. Y no como un viaje por el espacio, sino como una especie de navegación en el espacio de estados cuánticos, dejando huellas medibles en nuestro mundo clásico.
En este enfoque, los protagonistas ya no son las naves futuristas, sino lo que podríamos llamar sondas cronocuánticas: sistemas cuánticos simples preparados y leídos de forma muy específica.
De la especulación vaga a un cuadro más concreto
La física cuántica lleva décadas jugueteando con:
-
superposición de historias,
-
experimentos de elección retardada,
-
interpretaciones donde lo que medimos hoy condiciona cómo describimos lo que “ya pasó”.
Sobre ese fondo, esta propuesta hace tres cosas:
-
Deja de tratar el “viaje” como lo hace la ciencia ficción.
-
Reformula la idea en términos de sondas cuánticas que se mueven en el espacio de estados y pueden correlacionarse con distintos momentos temporales de un sistema.
-
Pregunta si esas correlaciones pueden dejar una señal detectable en un experimento real, en lugar de quedarse solo en filosofía.
Un posible marco experimental
Una forma de explorar esta idea es usar un montaje de interferencia óptica:
-
Un láser y una doble rendija que generan un patrón de interferencia.
-
Varios sensores de luz (por ejemplo S1, S2, S3) que registran la intensidad con gran sensibilidad.
-
Un canal digital (S4) que marca fases del experimento o cambios de atención.
-
Opcionalmente, un EEG que registre la actividad cerebral mientras el observador interactúa con el sistema.
El objetivo no es que el fotón “salte al año 3200”, sino que su estado cuántico pueda conectar, de forma muy sutil, distintos momentos del proceso experimental.
Si esas correlaciones temporales extrañas existen, solo se verían de forma clásica como pequeños cambios en la microestabilidad o la microalteración de las señales de los sensores.
La pregunta, al final, es muy concreta:
“¿Esconden estas estadísticas algo que se parezca a un comportamiento cuántico ligado al tiempo?”
El observador no viaja, pero deforma el mapa
En este marco, el observador no viaja en el tiempo. Ocurre otra cosa:
-
La mente es un sistema macroscópico pegado a la flecha termodinámica del tiempo.
-
Sin embargo, su interacción con el experimento puede actuar como un campo de fondo, modificando ligeramente el paisaje de posibilidades cuánticas en el que evolucionan las sondas.
Dicho de forma menos poética:
-
El observador se queda en su presente.
-
Al enfocarse, decidir y medir, cambia cómo se combinan las trayectorias posibles de las partículas en el aparato.
-
Si existe alguna “costura” entre momentos distintos, aparecería como:
-
patrones de microestabilidad (cuando todo se ordena más de lo esperable), o
-
microalteración (cuando surgen fluctuaciones inesperadas),
especialmente en canales muy vigilados como S2.
-
La idea no es atribuir poderes mágicos a la conciencia, sino tomarse en serio la interfaz entre sistema cuántico, experimento y cerebro humano real.
Si hay viajeros en el tiempo, serán microscópicos
En resumen:
-
Es muy improbable que veamos turistas del futuro paseando por la calle con trajes plateados.
-
Si el tiempo tiene atajos o conexiones ocultas, probablemente vivan en el mundo cuántico, transportadas por sondas microscópicas que nadie ve directamente.
-
Nuestro papel no es subirnos a una máquina del tiempo, sino diseñar experimentos lo bastante sensibles como para detectar si esas conexiones dejan rastro en los datos.
Si el viaje en el tiempo existe, quizá se parezca menos a un DeLorean…
y más a un ligero cambio en una gráfica que solo aparece después de muchas horas de análisis.