Elon Musk, uno de los hombres más poderosos del planeta, ha declarado una especie de guerra santa contra ChatGPT y OpenAI, diciendo que la inteligencia artificial debe ser imparcial, libre de agendas y “no woke” (como le encanta repetir). Pero veamos más allá del discurso.
Musk no está luchando por la imparcialidad de la IA. Está luchando contra la imparcialidad. Porque una IA verdaderamente neutral no sirve a ningún poder en particular. Y a los poderosos eso no les gusta.
Detrás de su bandera de “libertad de expresión” se esconde algo más turbio: el deseo de imponer sus propias narrativas. Que Grok, su chatbot, diga lo que él quiere escuchar. Que no filtre desinformación, que no cuestione sus ideas, que no le ponga límites.
La paradoja es absurda: acusa a ChatGPT de tener sesgo… para poder meterle el suyo.
Así que no nos dejemos engañar. Esta no es una batalla por la verdad, ni por la ética, ni por la ciencia. Es una batalla por el control del relato. Y cuando el relato lo escriben los multimillonarios, ya sabemos a quién va a beneficiar.
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