¿Y cuando ya no haga falta tanta gente para trabajar, qué?
La oferta de mano de obra va en descenso. La automatización, la inteligencia artificial y la caída de la natalidad están marcando un nuevo escenario: cada vez habrá menos trabajos para humanos y más tareas que podrán hacer máquinas, sin cansarse, sin pedir vacaciones, sin errores (al menos no humanos).
Mientras tanto, ciertos sectores ideológicos siguen sin ofrecer alternativas viables. Su “gran solución” es construir prisiones más grandes. Pero llenar cárceles no es una política de futuro, es una bomba de relojería. Es insostenible económica, social y éticamente.
Lo que hará falta es estabilidad, no represión.
Y una de las pocas ideas con sentido en ese panorama será el salario mínimo vital, garantizado por el Estado y financiado, al menos en parte, por impuestos a las grandes tecnológicas, que estarán llevándose buena parte del pastel productivo sin generar empleos en la misma proporción.
No se trata de regalar dinero, se trata de reconocer que el mundo ha cambiado.
Y si no cambiamos con él, terminaremos pagando mucho más en forma de pobreza, desesperación y conflicto.
Y cuidado con oponerse a esto, incluso si hoy te sientes seguro por tener un sueldo fijo, un gran patrimonio o pertenecer a una familia acaudalada.
Porque oponerse a una solución justa es generar un karma colectivo. Y ese karma no discrimina: puede alcanzar a tus hijos, a tus nietos o incluso a ti mismo, cuando menos lo esperes.
El futuro no se detiene...
Pero puede atropellar al que se queda parado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario