El miedo no es solo una emoción, es una táctica. Una herramienta afilada y precisa que ha sido utilizada a lo largo de la historia para manipular sociedades enteras. Hoy, esa táctica sigue más vigente que nunca. Es la misma estrategia que están empleando personajes como Trump y Putin: hacer creer que si no se cede ante sus exigencias, el mundo se sumirá en el caos, en la guerra, en la destrucción total.
Pero dar el brazo a torcer ante esta narrativa no solo es un error, es un acto de rendición. Es legitimar el chantaje del miedo, permitiendo que quienes lo utilizan se engrandezcan y sigan expandiendo su control. No se trata de diplomacia, ni de evitar conflictos: se trata de someterse a una estructura de poder basada en la amenaza constante.
Estos dos personajes, el nuevo zar de Rusia y el nuevo rey de Estados Unidos, han entendido algo fundamental: con el miedo se puede conseguir cualquier cosa. No necesitan ejércitos, ni discursos brillantes, ni siquiera políticas sólidas. Solo necesitan alimentar la incertidumbre, avivar la sensación de peligro y esperar a que el mundo se pliegue ante ellos.
Si permitimos que esto avance sin resistencia, si nos dejamos convencer de que ceder es la única opción para evitar el desastre, estamos sentando un precedente aún más peligroso. Porque la ambición no tiene límites. Y cuando quienes manejan el miedo ven que funciona, siempre querrán más. Hoy es Ucrania, mañana será otro territorio, otra nación, otro derecho fundamental que será arrancado bajo la excusa de evitar un conflicto mayor.
Ellos lo saben. Saben que la fragmentación de Europa, de cualquier bloque de poder que pueda hacerles contrapeso, es clave para seguir expandiéndose sin resistencia. Saben que un mundo dividido, polarizado y en constante temor es un mundo que pueden moldear a su antojo.
Lo peor es que enfrentarlos no es fácil. Requiere sacrificios, económicos y humanos. Pero si no se hace ahora, si seguimos cediendo en nombre de la paz, el futuro que nos espera será aún más oscuro. La historia lo ha demostrado: la complacencia con quienes gobiernan a través del miedo nunca ha traído estabilidad, solo más miedo, más control, más sometimiento.
Esta es una bola de nieve que crece sin freno, y cuando sea demasiado grande, cuando ya no podamos detenerla, nos aplastará sin piedad. La pregunta es: ¿hasta cuándo permitiremos que nos gobierne?
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